jueves, 21 de julio de 2011

NUESTRO ANGEL

Siempre le pedimos que esté con nosotros.
Que nos cuide, nos ayude.
Que vele por nuestra eterna sonrisa
y nos empuje a una vuelta más.
¿Qué otra cosa se le puede pedir
a un Angel de la Guarda que, indefectiblemente, la mandaba a guardar?
Sin embargo, no es un Angel como todos.
Los domingos deja el Cielo
y viaja colado en un tren, o hace dedo
para llegar hasta el lugar en donde
once camisetas con la banda roja en el pecho
desatan la locura en las tribunas.
A veces, el mismísimo Dios lo recrimina
por no almorzar juntos el día del descanso
posterior a la Creación.
¿Sabe lo que pasa, Señor?
Así como Usted creó al mundo
a River lo inventé yo
y si no me doy una vuelta los domingos
seguro que la pelota no entra y pega en el palo,
que nuestro arquero no la saca,
que la punta del botín del nueve
no llega a empujarla adentro.
¿Y sabe qué?
Desandar el camino del Cielo al Monumental,
a Boedo, a Liniers, a Avellaneda, a Caballito,
a Villa Crespo, a San Martín, a La Plata, a Saavedra
me devuelve la sensación de estar vivo.
Y siento que de nuevo tengo sangre, huesos, piel,
corazón, y hasta levanto el dedo índice
para acomodarme los lentes, aunque ya no los necesite.
Por eso no almuerzo con Usted los domingos.
¿Cómo dice? ¿Qué hay un barrio que no visito?
Yo quiero, porque siempre fui allí y gocé
y los tuve de hijos, pero no me quieren.
Mire qué ironía: siendo un Angel invocan
hasta al Diablo para que no pase cerca.
Se amargan con sólo verme.
Por eso, Señor, no es que no quiera estar
en su Cielo ni mucho menos.
Es que mi Cielo está allá abajo los domingos.
No se enoje. Después de todo, no es para tanto.
Vuelvo de la cancha y cenamos juntos.

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